El licenciado


Conrado de la Cruz Morales, directivo del periódico “Cuarto Poder” para el que entonces escribía, llegó una mañana a mi celda, agitado y nervioso; me preguntó en son de broma si me había aseado bien las orejas porque estaba obligado a hablarme muy bajo ya que debía comunicarme un asunto muy “grave e importante”.
—Decíme, escucho bien —le respondí—.
Tomándome de un brazo, me condujo hasta el fondo del pasillo, donde nadie nos escuchase y estuviéramos fuera del alcance de las cámaras de video.
—¿Qué cabronada le hiciste al ahijado del “Chamulín Colorado” —así apodábamos al exgobernador Javier López Moreno quien sacó a Pablo Salazar de la miseria para llevarlo por una ascendente carrera política a costa de espantosas violaciones a la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y la Local del Estado de Chiapas—, que ya dieron la orden de que de aquí, salgás con las patas por delante?
—Que yo sepa, solo denunciar sus corruptelas; y si eso es el motivo, sabés que no estoy solo. Aunque pocos, hay más colegas que lo han hecho, aunque me temo que sobre ellos también hay sentencias de muerte… Ó de prisión.
—Hace unos días, hubo una reunión en la casa de uno de los hermanos de Pablo y ahí, Rubén Velásquez sugirió que te mataran aquí en la cárcel. Según mi informante, Pablo le dio instrucciones que se hiciera cargo del asunto.
—Pues que las cumpla, Conradito, que las cumpla; no tengo miedo. Para morir nacimos, ¿no?
—¡No mames güey! Pero no a manos de ése hijo de la chingada. Si nos vamos a morir, muramos en manos de un enemigo digno, no de un pendejo… ¡No mames!
—Déjalo, que se siga manchando las manos de sangre; ya ha matado a campesinos, ahora que siga con sus críticos.
—Entendéme, pues, no seas mula. El asunto es serio, ó ¿no me creés?
—Claro que te creo, sé que no estás bromeando; yo tampoco bromeo cuando te digo que no le tengo miedo. ¿Qué querés que hagamos para evitar las órdenes de Pablo si nos tiene a los dos, aquí, encerrados y sin posibilidad alguna de escapar de sus locuras? Y lo peor, ¡sin ganas de escaparnos!
—Tenés razón. ¿Qué hacemos?
—Esperar. Al rato viene Miguelón y le decimos lo que sabés para que se mueva allá afuera y evite que Pablo cumpla sus órdenes.
—No, no, no. No quiero que se enteren mis padres; se van a morir de angustia, Chatito, mejor, pidamos garantías aquí adentro.
—¿A quién? ¿A Fabricio? Debo serte sincero: es amigo nuestro, nos trata bien, pero no olvides que trabaja para el enemigo; no me inspiraría ninguna confianza pedirle ayuda. Lo considero riesgoso.
—Yo sí confío en él. Pero puede que tengás razón, nos va a echar de culo con Mariano Herrán, Pablo y Rubén.
—Pero me dices que la orden sólo es en contra mía.
—Pero sabrán que estuve enterado y me van a llevar entre las patas.
—Eso, puedes jurarlo. ¿Es confiable tu fuente?
—Totalmente. No tengo la menor duda, nunca me ha fallado.
—Bueno, pues a esperar. Te repito que no tengo miedo.
—¿Cómo te tratan aquí? —me preguntó con un aire de desesperación.
—Bien, muy bien. Miguelón, Karito y otros amigos, me han estado apoyando económicamente y me ha servido para comprar seguridad; de hecho, los mareros me protegen aquí dentro. No tengo bronca con ellos ni con el resto de la población del área.
—¿Has visto a un tipo que se hace pasar por “licenciado” que llega al módulo?
—Sí, un alto, gordo que viene a visitar a un exjudicial que está preso.
—Tené cuidado con él. Está explorando el asunto. No te fíes de él y si intenta hablarte, evitálo, por favor.
—Lo haré, no te preocupes y gracias por el aviso.
—Cualquier cosa rara que veas, me la reportas.
—Así será; no te aflijas.
—¡Cómo chingaos que no, si ya te pusieron precio!
—Espero que sea un buen precio, no migajas, como las que acostumbra Pablo pagar a sus sirvientes.
En efecto, un presunto licenciado mal vestido y de aspecto sombrío, llegaba todos los días al módulo de Alta Peligrosidad a donde me enviaron por órdenes de Rubén Velázquez. Simulaba visitar a un judicial que, supuestamente, estaba preso por delitos menores. Varias veces trató de abordarme; advertido como estaba, solo le respondía con frases insustanciales. Quiso saber varias veces si tenía algún recado qué enviar a mi familia en Tuxtla Gutiérrez; otras veces, se ofrecía como mi abogado.
Curiosamente, aquel hombre, pese a ser “licenciado” e ir “solo de visita” parecía estar armado; solía llevarse continuamente la mano a la cintura desde donde se le notaba un bulto. Con el tiempo, el hombre dejó de ir y el prisionero al que “visitaba” desapareció del módulo. Éste solía aislarse del resto de prisioneros y no hablaba más que lo esencial.

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