Doña Amelia

Fue precisamente doña Flor quien me presentó a doña Amelia Rabasa, ahí en su restaurantito dentro del penal femenil. Alta, delgada y con una marcada palidez que parecía demasiado enferma. Sus ojos hundidos hasta la profundidad de las cuencas, hacían ver su nariz más grande de lo que en realidad era.
—¡Estoy aquí porque maté a mi marido! —dijo a bocajarro, después del saludo.
Francamente, no le creí capaz, dada su precaria complexión. Las dos mujeres soltaron una risotada y me aclararon que doña Amelia, estaba recluida por un fraude… Que no cometió y que días, semanas y meses después, pude comprobar al revisar las resoluciones de los jueces y que su acusador, Antonio Córdoba Cordero, había hábilmente manipulado, en complicidad con funcionarios de la Fiscalía a cargo de Mariano Herrán Salvatti.
—Por su apellido, deduzco que es usted familiar de don Emilio Rabasa —le dije ya entrado en confianza.
Emilio Rabasa fue gobernador de Chiapas, senador, escritor, periodista, abogado, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, fundador y rector de la Escuela Libre de Derecho, entre muchas funciones públicas que ejerció.
—Por supuesto que sí, pero mire Usted, con éste gobierno, no hay garantía ni siquiera para los apellidos. Con eso que Pablo Salazar dice que ningún exgobernador quedará impune, ya estuvo que yo vine a pagar lo que a él no le gustó de mi abuelo.
—¿Y de qué fraude le acusan?
—De uno que no cometió un muerto.
—¡A ver, acláreme el asunto!
—Aunque larga, es una historia que lo va a hacer reír, llorar, enojarse, en fin… Total acá tenemos todo el tiempo del mundo para que se la cuente…
El marido de Amelia, fue constructor. Esposo afable, leal y buen padre. Sus dos hijos, a quienes conocí en el ajetreo legal que enderezaron para sacar a su madre de la cárcel, son la mejor prueba de ello. Él mismo no sabía explicarse cómo, había podido hacer negocios con el Gobierno del Estado.
Le encomendaron la remodelación del Zoológico “Miguel Álvarez del Toro” y parte de un museo donde antes funcionó la temible cárcel de Cerro Hueco. Repentinamente, la muerte se le apareció y murió sin tener tiempo de dejar en orden sus documentos personales y empresariales. Agobiada por la desaparición de su esposo, Amelia, dejó correr el tiempo, creyendo que todo estaba en perfecto orden… Pero un día, casi un año después de la muerte de su marido, revisando sus documentos, descubrió que la dirección del Zoológico, tenía un adeudo con la constructora de su marido.
Acudió a las autoridades correspondientes y en efecto, reconocieron la deuda. Se comprometieron a pagar y se fue tranquila a su casa. Pocos días después, regresó para saber el curso de su trámite y ¡Oh, sorpresa! Un socio eventual de su marido, compadre del matrimonio al que rescataron de la ruina financiera por manejos fraudulentos en su propia empresa, ya había cobrado el adeudo. Se trataba de Antonio Córdoba Cordero, hermano de un exsecretario de Salud. Habló con él en forma amistosa pero solo recibió insultos y amenazas. Desesperada, acudió a dos tribunales: el Mercantil y el Civil. En ambos ganó los juicios y a Antonio Córdoba, los jueces le sentenciaron a reponer el dinero sustraído ilegalmente, con intereses y multas.
Pero Córdoba Cordero, astuto y miembro del clan que sostenía al régimen pablista, acudió a Jorge Morales Messner, entonces Secretario de Gobierno y Mariano Herrán Salvatti para hacer valer la ley. Iniciaron una causa penal, primero, acusando al marido de Amelia Rabasa de fraude, pese a que ya había muerto. Y de asociación “delictuosa”, a su mujer, que nada sabía de los negocios de su marido.
Durante semanas, Amelia veía frente a su casa, vehículos de lujo, sospechosos, pero no puso atención. Llegó a creer que algún vecino poderoso vivía cerca de su casa y no dijo nada. El día que la detuvieron —me contó— se creyó importante: viuda, sola y con dos hijos para mantener, flaca, como solo ella, incapaz de pronunciar una majadería, era detenida por un ejército de policías.
—Mirá chulo, había hasta helicópteros sobrevolando mi colonia cuando me detuvieron —dice entre risas e indignación. Antonio Córdoba Cordero, vecino y compadre de ella, parecía dirigir el escandaloso operativo policial; hasta sus hijos y hermana, entonces magistrada del Supremo Tribunal de Justicia, estuvieron a punto de ser detenidos; gritos, coordenadas y órdenes a los gorilas que llegaron a detenerle, era todo lo que se escuchaba en el ambiente. Sin la menor consideración, los policías la lanzaron al suelo… Su hermana trato de intervenir pero los policías violaron su estatus y también fue sometida momentáneamente.
—Creo que ni al más cruel de los narcotraficantes hubieran detenido de esa forma —me dice sollozando esa tarde en que los tres, compartíamos la misma experiencia de haber sido detenidos por una turba de rufianes con charola de policías.
Como a todos los presos, a Amelia le arrebataron todas sus propiedades bajo el argumento que eran de “procedencia ilícita”.
Antonio Córdoba Cordero, las reclamaba para sí y el entonces Fiscal, Herrán Salvatti, para él. Era una competencia entre ellos, pero al final, Córdoba Cordero, accedió y se conformó con quedarse con una sentencia contra Amelia. Increíblemente y pese a las pruebas documentales que Amelia Rabasa presentó ante la instancia judicial, ésta se negó a admitir los recursos legales que en otros ramos había presentado ¡Y había ganado! La sentencia que contra Córdoba Cordero había desde un juzgado civil, fue desoída por el representante social. Libre bajo una escandalosa fianza, la señora Rabasa inició un largo periodo de lucha para recuperar lo robado por el antiguo socio de su difunto esposo y claro, para limpiar su nombre.
Las leyes —como siempre— a la venta, al mejor postor. El abogado defensor de la señora Rabasa, en el momento menos pensado, la traicionó y sin previo aviso, ella fue notificada que tenía, de parte de su abogado, una demanda por “falta de pago”. Es usual que en casos de litigios por cobranza, el abogado cobre entre el 10 y el 20 por ciento de la cantidad recuperada. Aunque el caso lo dejó a medias y con errores de fondo graves, el abogado exigía que se le pagase ¡60 por ciento de 3 millones de pesos que estaban en reclamo! 
“Es su modus operandi” —me contó luego, un colega suyo. “Tiene como a 15 clientes suyos demandados por las mismas razones y, como tiene nexos con los jueces y ministerios públicos, siempre gana los casos contra sus propios clientes”. Todos los juicios que Amelia Rabasa ha abierto contra su deudor, los ha ganado. Pero la ley se ha torcido en beneficio de un hombre que ha llegado al extremo de declararse “en quiebra” para no pagar el fraude que cometió al amparo de autoridades pablistas.

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