Área 72


En la celda de castigo, como a eso de las tres de la tarde del 15 de febrero, los gritos de las mujeres castigadas eran ensordecedores. Apenas las ventanas de la nariz y el labio superior de la boca, se distinguían detrás de la diminuta rejilla. Una de ellas me pidió una botella de agua y le dije que era imposible conseguirla en esa zona del penal.
—O unas moneditas de a diez pesos para mandar al estafeta a comprarlas, no seas gacho —suplicó.
Pedí al guardia que nos colocásemos detrás de las cámaras de vigilancia y me quitara los grilletes para sacar unas monedas y éste, apenado por la situación de las prisioneras, accedió y me confió que, afortunadamente, la cámara de esa esquina no servía desde hacía tiempo.
—Casi ninguna sirve, nomás están de adorno —aunque de sobra sabía que captaban todos los movimientos.
Me acerqué y pasé las monedas por la rendija que servía de ventana a la celda y le pedí a la interna castigada que se hiciese para atrás para echar un vistazo al interior de la crujía.
—No puedo —me dijo entre gimoteos, aunque procuró hacer un lado la cabeza para que viera atrás de ella. Cinco, seis, ocho ó quizá más pares de ojos amontonados y semiabiertos tenían clavada la mirada en mí.
—¡Tu pinche madre! —chilló una de ellas para el jolgorio de las demás.
Sobre sus espaldas, una pared mugrosa que las aplastaba contra la puerta, expresaba lo que quién sabe cuántos prisioneros habían escrito sobre su concreto. Imposible ver a los lados, la oscuridad absorbente lo impedía. Me tragué la mentada de madre y les pregunté si ya habían comido.
—¡Qué te importa, pinche guardia culero! —se volvió a escuchar desde el oscuro fondo y de nuevo las risotadas.
La que recibió las monedas les explicó que era otro prisionero y no un guardia. Esta vez las carcajadas fueron más estruendosas y se confundieron con gritos de petición. Pedían salir a hacer sus necesidades fisiológicas, pedían agua, alimentos.
Días después, una de las castigadas me relató qué sucedió esa noche en que la festividad terminó en pesadilla y que relato en el capítulo anterior.
De un jalón en el brazo, el guardia me sacó de ahí y me indicó que pusiera las manos en la espalda y caminara hacía la siguiente garita.
—Ahí viene un comandante y no quiero que te vea platicando con las internas castigadas; si te ven, a los dos nos echan en esa celda por ocho días, explicó.
En el camino a la famosa área “72”, confirmó que el castigo a las prisioneras, en efecto, no fue porque se hubieran emborrachado, sino porque defendieron a otra interna de ser abusada sexualmente por un funcionario carcelario al que no quiso identificar.
—Eso no es nada —me dijo uno de los comandantes del grupo Respuesta Inmediata, cuando me llevaba de regreso a mi celda.
—A las internas que se dejan, a veces las violan entre varios y de todas formas las castigan “por ejercer la prostitución” dentro del penal. A otras les restringen cualquier derecho que tengan ó sencillamente, las trasladan a otros penales para que no abran la boca —afirmó un guardia que nos acompañaba.
—Supe que castigan a los que se emborrachan.
—Solo sí hacen escándalo ó inician un pleito. Las chavas de anoche, sí estaban borrachas y sí armaron un escándalo, pero por defender a su compañera. Iban rumbo al penal de mujeres y las detuvieron en la garita. Ya las estaban esperando porque les dieron la orden a los demás guardias. Dos de ellas no toman, son evangélicas y las tienen ahí, dizque por borrachas escandalosas.
—Si es por emborracharse, ¿por qué no castigan al que vende licor ahí dentro y al que permite el paso de éste?
—Jefe, si yo le contara la de cosas que hay aquí. Luego a nosotros los guardias nos culpan, nos detienen, nos castigan, cuando la verdadera mafia es más arriba incluso, de allá afuera y nosotros solo cumplimos órdenes. Si nos oponemos, terminamos junto con ustedes, en una celda.

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