Angelina


¿ Es tuyo éste bulto?
—Sí —respondió Angelina, muchacha indígena que apenas sabía hablar español, al policía que la interrogó, mientras todavía estaba sentada en la vieja banca de madera del camión de redila donde viajaba al pueblo para hacer las compras de la semana.
Bajo una lluvia de imprecaciones y golpes, Angelina fue llevada a una patrulla de la Policía Estatal. No comprendía ni un ápice de lo que ocurría y volvió a repetir una y otra vez el “sí” que sabía decir en español, ante un grupo de divertidos policías. Durante el resto del interrogatorio, ella respondió en su lengua materna: el tzeltal. Las leyes de Chiapas ordenan que cuando un indígena es detenido, debe asistirlo un intérprete; no ocurrió con Angelina.
Entre los bultos que la camioneta transportaba, iba uno con más de 10 kilos de marihuana. Nadie más que ella, se hizo responsable de la mercancía ilegal. Su ignorancia del idioma español le jugó una mala pasada que hoy, la tiene privada de su libertad, sentenciada a 25 años y a la espera de la autorización para ser trasladada a la cárcel de “Las Islas Marías”, que ella misma solicitó “porque ahí dicen que uno es libre”, justifica.
A tres años de haber ingresado al Amate, ha aprendido un poco de español y se desenvuelve con cierta facilidad cuando conversa con el resto de internas. Hablamos largo y tendido una tarde que nos encontramos en la tienda comunitaria del área de mujeres a dónde solían darme permiso para realizar ejercicios.
—¿Cuántos años de sentencia te dieron? Supe que hoy por la mañana te la dictó el juez —le digo para que agarrase confianza.
—¡Uuuuuh! 25 años me lo echaron éstos cabrones. Pero no lo dictaron hoy, sino que jué hace como dos año; hoy lo ratificaron con el juez que lo quedo aquí 25 año.
—¿Tantos? He visto que a algunos por el mismo delito les dan menos años de sentencia…
—Es que dicen el juez que soy “reincidente”, que ya lo echaron otro una vez al cárcel por el mismo delitos.
—¿Ya habías estado presa antes?
—Mentira del Ministerio Público; lo dice nomás para chingarme porque yo no lo soy traficante del drogas. El costal con el marihuana, no era mío sino del Vladimiro, uno que venía con nosotros en el carro, pero se corrió pues y como yo solo lo sabía decir “sí”, me jodieron.
—¿Por qué decías “sí”?
—Porque el Vladimiro me lo dijo que lo dijera que sí porque no sabía hablar el castellano; que solo así no me iban a joder el polecías.
—¿Sabías qué llevaba el tal Vladimiro en el costal?
—No lo sabía pues. Él era mi vecino. Pensé que lo llevaba el papas ó nabos. No lo sabía nada hasta que aprendí hablar en el lengua de ustedes, lo supe que era yerba mala, ese que le dicen “mota”.
—Cuando te detuvieron, ¿te golpearon los policías?
—¡Huuuuy sí, vos! ¡Hasta me cogieron los maldito! Mirálo mi espalda está cuarteada del latigazo que me lo dieron; cuando lo voy a hacer mi necesidad, echo sangre porque lo metió el doitor su mano en mi culo…
—¿El doctor? ¿Por qué? ¿Durante la violación?
—Figurate que me lo decían que lo llevaba el coca adentro de mi panza y por eso me lo metió su mano el doitor, pero no sacó nada. ¡Pura caca con sangre lo sacó el maldito! Y me lo duele mucho cuando voy a mi necesidad.
—¿Denunciaste eso ante alguna autoridad?
—No, vos, no lo sabía mis derecho humanos, ni tampoco lo sabía hablar el español, por eso me jodieron, te digo pues. Ahora ya lo sé pronunciar bien el palabras de vos, pero no lo hacen caso el autoridá, no lo entienden el palabra del indio.
—¿Cuántos te violaron?
—No me lo acuerdo bien, fijate. Estaba zoroca de tanto vergazo que nomás lo oía sus risa. Pero jueron muchos. A mi hermana también lo violaron.
—¿Y ella dónde está ahora?
—Ya salió libre; no lo sé cómo le hizo porque nos peleamo aquí en el cárcel y no nos hablamos. Ó no sé si lo trasladaron al otro cárcel.
—¿Tu familia no te viene a ver?
—A veces, pero no me lo dicen nada de mi hermana. No lo sé dónde anda. Nos íbamos a casar pero nos detuvieron. Mi novio, a saber dónde está; me dejó cuando lo supo que me lo trajieron al cárcel.
—¿Cuándo se iban a casar?
—Me lo detuvieron tres meses antes del casorio. Se jodió el fiesta, se acabó el amor. Ni modos, vos, no queda de otra que aguantar éste martirio.
Angelina, se ve como de 30 años, pero en realidad, dice tener 21. Fue detenida cuando apenas había cumplido los 18. Asegura sentirse “vieja” para encontrar una pareja. “Si ya de por sí al 18 años ya es uno vieja en el pueblo para casarse, orita ya no lo agarro marido ni pagándole”, me dice muerta de risa. Tras sus delgados labios, se advierten dientes forrados de algún metal que finge ser plata.
La extremada holgura del blusón anaranjado que le ha sido asignado como uniforme de la prisión, me permite verle una cicatriz en medio de los senos; es una marca negra, como quemadura. Me atrevo a preguntarle sobre el asunto.
—Me lo quemaron mis chiche con cigarro y agua caliente los polecía —afirma y sin pudor, se levanta la blusa y me muestra la herida. Es como si su cuerpo, a la hora de la conflagración, se hubiese convertido en plástico. A la altura del vientre, una protuberancia resaltaba debajo de la cicatriz.
Me explica que es una costilla rota que nunca volvió a su lugar. “Me lo dio un patadón un polecía y me lo quebró el costillas; todos volvieron a su lugar, menos ésta”, dice y con el dedo índice, la aplasta pero ésta vuelve a salirse de su lugar.
—¿Te duele?
—Ya no. Solo cuando hay luna nueva, me lo duele un chingo.
—¿Te ha visto el médico de la prisión?
—Sí, pero lo dice que no lo puede hacer nada, que lo aguante el dolor un poco. A veces me lo da pastillas para calmarlo. —¿Por qué te quieres ir a las “Islas Marías”?
—Porque lo dicen los compañera que ahí se vive libre, que no lo hay reja; no lo es un cárcel, pues.
—¿Y tu familia qué dice?
—Nada. Que a lo mejor ahí agarro mi marido.

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