Celia


El 14 de febrero, las autoridades penales dispusieron una fiesta para celebrar el “Día del Amor y la Amistad”. Los patios del penal varonil estaban a rebosar de reos y sus familiares. El grupo musical contratado para amenizar la celebración, tocaba a todo volumen. Tropas de niños corrían por los campos mientras sus padres bailaban en la improvisada pista. Las botellas de “chicha” y “Presidente” estaban a la vista de todos y nadie objetaba a nadie ni nada.
—Para ocasiones especiales, se permite ingresar licores —me explicó un guardia. Otro terció y aseguró que hasta la cocaína era permitida entonces.
Celia, de reciente ingreso y acusada de fraude, trataba de olvidar la libertad perdida a causa de un negocio donde se descapitalizó y la obligó a pedir un préstamo a un agiotista a quien no pudo pagar a tiempo. Sus nuevas amigas, internas todas, intentaban ayudarla a sobreponerse de la depresión invitándola a bailar y a tomar uno que otro vaso de licor.
—Mira Celia, entre más pienses en tu problema, más te vas a deprimir, tu familia seguramente está moviéndose allá afuera para sacarte. Mientras, trata de olvidarte un poco, saca provecho de tu situación —le aconsejaba una de sus compañeras de celda.
—Lo que me preocupa es mi hija, está muy pequeña todavía y mi papá, ¡cuando se enteré se va a morir! —contestó meditabunda, con los ojos llenos de lágrimas.
Madre soltera, había logrado un negocio rentable que de la noche a la mañana, la endeudó escandalosamente. Morena, cabello largo, negro; ojos café claros y nariz recta, confiaba en que se depositara una fianza en breve para salir de la prisión. Su torneado cuerpo de treintañera, llamó la atención de un funcionario del penal que no le quitó la vista de encima desde que la trasladaron del penal femenil al varonil para participar de la fiesta.
—No conozco a ese desgraciado si no, le diría quién es. Y las chavas que me defendieron esa noche, ya no se quieren meter en líos —me explicaría días después del penoso incidente en el que se vio envuelta.
—¿Qué le dijo ese funcionario?
—Nosotras estábamos bailando y se acercó a nosotros. “¿Por qué tan triste muñeca?”, me preguntó y como no estoy acostumbrada a hablar con extraños, me volteé y lo deje hablando solo. Él llevaba un vaso de chicha en la mano y se puso hablar con otra de las compañeras que iba con nosotras. Nos fuimos a sentar con dos de ellas y el funcionario se alejó.
—¿Es empleado de ésta prisión?
—Sí, eso dicen las compañeras. —Pero, exactamente, ¿qué pasó?
—Pues me empezó a acosar sexualmente. Yo seré mujer sola, pero decente; no necesito de ningún pinche hombre para sobrevivir.
—¿Cómo supo que ese funcionario penitenciario la pretendía ó la acosaba?
—Una no es imbécil; se da cuenta luego, luego. Le pregunté a una amiga qué le había dicho ése imbécil. Se lo pregunté cuando ella regresó a nuestra mesa. “Nadita quiere el perro: que te vayas con él a su oficina”, me contestó.
—¿Usted que le respondió a su amiga?
—Le pregunté que para qué me quería en su oficina; me respondió que era para tener sexo y si aceptaba, él me ayudaría a salir de ésta pocilga. Le dije a mi amiga qué no, que estaba loco, que no soy puta. El hecho de estar aquí, no quiere decir que sea una perdida, una prostituta.
En eso se volvió a aparecer y se sentó cerca de mí. “Mira mamita, aquí no estás en tu casa, aquí te comportas como yo quiero que te comportes ó te puede ir mal”, me dijo delante de mis amigas y se volvió a desaparecer. Le dije a las chavas que tenía miedo que mejor nos fuéramos a nuestra celda. En eso llega un guardia y me dijo que me llamaban en una esquina de la cancha de fútbol. Mis amigas no me querían dejar ir sola, pero el guardia les dijo que la orden precisa era que fuera sola. Me fui con él y ahí estaba otra vez ese hombre.
—¿Qué quiere de mi?” —le pregunté furiosa.
— ¡Eh! A mí no me levantas la voz, perrita. Ya te dije que aquí no es tu casa. Aquí no mandas, ¿eh?, ¿te queda claro? —Cuenta impotente. Afirma haber estado a punto de soltarle una bofetada, pero hubo de contenerse para evitarse un problema mayor.
—¿Qué más le dijo? —Insistí en saber.
—Me dijo: “te la voy a poner clara mi vida: tienes dos opciones… Bueno, tres para ser más exactos. O te vas conmigo a mi oficina, me das un masajito, hacemos el amor y tendrás una estancia fácil aquí dentro del penal; la otra, que hagas más o menos lo mismo con un amigo interno que ya te echó el ojo, solo que a cambio, aquel te da una buena lana y lo vas hacer allá, detrás del módulo Café; y la tercera, que si no accedes, lo hacemos a la fuerza, los dos contigo. ¿Qué prefieres?”
—¿Qué hizo usted?
—Se lo juro que sentí que la sangre se me calentó y le aventé un escupitajo que no le llegó a la cara como era mi intención. Me di media vuelta y me fui a la mesa a contárselo a mis amigas. Una de ellas le hizo señas para que se acercara y lo encaró.
—¿Al funcionario?
—Sí; le dijo: “Mira hijo de tu puta madre, ¿tú crees que no sabemos nuestros derechos? ¿Crees que no podemos poner una queja para que te corran y se te quite lo caliente, pendejo?”
—¿El funcionario que les dijo?
—El tipo se puso blanco, se río entre dientes y nos dijo: “Órale, pinches viejas, de a como nos toque y donde nos encontremos. Ya conocen las reglas”.
—Una clara amenaza…
—Sí, pero lo confrontamos.
—¿Qué le dijeron?
—Claro que las conocemos, idiota y una de ellas es que ustedes, los funcionarios, no deben relacionarse ni sentimental ni sexualmente con las internas. Su trabajo es cuidarnos, no cogernos, ¡pendejo! —le gritó mi amiga. El tipo, cuando vio que ya estaban volteando a ver hacia nosotros, lanzó una carcajada. “No cabe duda que son unas cabronas”, nos dijo y se fue dándonos una palmadita en la espalda.
—Luego, ¿qué pasó?
—Decidimos regresar al área femenil y en la última garita, cerca del área conyugal, nos detuvieron. Éramos solo cuatro, pero otras compañeras al ver que nos detenían, se metieron a defendernos… Y también fueron castigadas.
—Son unos hijos de la chingada —terció una de las mujeres que entonces fueron castigadas, que nos acompañaba durante la plática, mientras fingíamos jugar volibol. Hay una custodia que es lesbiana y esa se aprovechó de nosotras esa noche. El güey que quiso abusar de mi amiga, dicen que es un militar con un alto cargo aquí en el penal, agregó.
—¿Quién es?
—Si le digo, vamos a tener problemas; casi todas las internas saben que usted es periodista y los policías también. Si usted publica todo lo que le estamos diciendo como dice que lo va a hacer, van a saber que nosotras le dimos pelos y señales de esa noche y nos va a cargar la chingada. Solo le pedimos que no diga nuestros nombres. De ahí, denuncie todo. Ella quizá no tenga broncas, porque paga su fianza y se va, pero nosotras no; algunas ya estamos sentenciadas y vamos a estar un largo tiempo aquí.
Lo que sí le voy a decir es que ese cabrón que quiso violar a Celia, es un prepotente y se la pasa pidiéndole las nalgas a todas las internas y a las mismas custodias. De hecho, anda con una custodia que se cree la “divina diosa” y a veces, nos trata con la punta de sus asquerosas chanclas, basada en que es protegida de ese cabrón.
—¿Todos los funcionarios y custodios son así?
—No todos; hay algunos que son buena gente, nos tratan bien, se preocupan por nosotras. Incluso, han castigado a algunos guardias que se quieren pasar de listos. Son solo unos cuantos los que abusan, porque piensan que por que uno es delincuente, no tiene derechos. Pero le voy a decir una cosa:
Hubo un director del penal que fue un perfecto hijo de su puta madre; no me acuerdo como se llamaba… Tenía un nombre o apellido gringo. El caso es que ese tipo, nos trataba mal cuando estábamos en Cerro Hueco, se burlaba de nosotras, nos castigaba, nos humillaba. Una vez hubo una fuga y le tocó estar de éste lado. Toda su prepotencia se le vino abajo. Lloraba el perro acá adentro y suplicaba que no lo metieran al interior por miedo a que le pegaran los presos que él había tratado mal. Así la pagan todos. Algún día ése estará de éste lado y vamos a enseñarle a respetar, porque tampoco lo quieren en el varonil. Cuando entra ahí, va rodeado de guardias y manda a ponerle esposas a los que él ha jodido, ó a los más peligrosos.
—¿Cómo es la celda de castigo donde estuvieron?
—¡De la chingada! ¿Se imagina? Éramos ocho mujeres y tres hombres…
—¿¡Había hombres!?
—Sí; uno, porque no esperó al guardia que lo trasladara del juzgado a su celda, otro porque se pasó de drogas y el otro —un estafeta — porque se “se fue al agua” con el dinero de un mandado. Los once estábamos parados. No puede uno ni sentarse porque no hay espacio y luego, los tres presos castigados tenían más de cuatro días de estar ahí, y ya se imaginará la pestilencia, aparte que nos teníamos qué apretujar los más que pudiéramos para poder orinar, lo único que podíamos hacer ahí dentro. Si hacemos lo otro, nos morimos de asco.
—¿No había baño?
—Hay una taza oxidada —secundó Celia. —Pero no hay agua y menos papel. Para orinar, lo teníamos que hacer paradas y, pues como comprenderá, nos mojábamos piernas y pies. Y para nuestra desgracia, a una compañera se puso de sangrona ahí dentro y pues, créame, no sé cómo pudimos sobrevivir con tanta contaminación.
—¿A menudo las llevan a la celda de castigo?
—¡Uuuh! A cada rato. Nos llevan solo por no sonreírle al director del penal.
—¿Han denunciado esa forma de tortura ante algún organismo defensor de los derechos humanos?
—Sí, pero no hacen nada. Solo mandan “visitadores” y nunca más vuelven. La Comisión Nacional de Derechos Humanos, le echa la “bolita” a la Comisión Estatal y ésta a la Nacional; hasta le mandamos una carta al Sub-comandante Marcos, pero nunca respondió. Es igual que éstos malditos; no defiende si no sus intereses ése sinvergüenza.

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