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   Durante su estancia en la cárcel de máxima seguridad denominada “El Amate”, el autor se dedicó a recopilar información sobre las condiciones de vida de los reclusos. De esa forma, conjuntó una serie de reportajes, entrevistas y crónicas, en las que plasma el sentir de sus compañeros de prisión, mediante un lenguaje crudo pero claro y contundente. En Palabra bajo arresto, el periodista chiapaneco expone carencias, injusticias, abusos y toda la calamidad en que se encuentran miles de prisioneros. Se exhiben además, los métodos de tortura vigentes en las corporaciones policíacas, a través de las cuales —relatan algunos presos en diversas entrevistas—, se inventan chivos expiatorios para dejar en libertad a los verdaderos criminales. Angel Mario Ksheratto Flores es periodista desde hace más de 30 años; en el sexenio del 2000 al 2006, fue —junto con otros periodistas chiapanecos—, víctima de una persecución salvaje por parte del gobernante en turno, Pablo Abn

Prólogo

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René Delios León El uso de la ley a modo o el abuso de la estructura judicial por parte del gobernante, no es comentario nuevo en México. La frase no certificada pero sí conocida de “a mis amigos justicia y gracia, a mis enemigos la ley a secas”, es contundente por quien la dijo hace más de siglo y medio. Cuando un ciudadano cae de la gracia de quien ostenta el poder, la prudencia dicta huir y poner a mejor resguardo a la familia, pues en la estructura gubernamental abundan los que quieren quedar bien ante el prepotente gobernante, y no dudan en hacer mucho daño. En el sexenio 2000-2006 fue cuando se incrementó la violencia en contra de periodistas, asesinatos, levantones, secuestros y abusos empezaron a ser la constante hasta que la situación fue insostenible; Chiapas no fue la excepción: la represión ya estaba encima de los periodistas. Debemos reconocer que en su momento sorprendió que Pablo Salazar, como mandatario, luego de hablar de democracia durante su campaña, recu

Doña María

C uando vio caer la vieja puerta de madera y aparecieron sobre el disimulado quicio varios hombres fuertemente armados, doña María recordaría aquella madrugada del 1 de enero de 1994, en que cientos de campesinos zapatistas declararon la guerra al gobierno de Carlos Salinas de Gortari. En medio del caos, ella logró ponerse a salvo en la Iglesia y ahí permaneció hasta que el Ejército recuperó las calles de Ocosingo —muchos días después—, cuando los cadáveres de improvisados insurgentes y soldados oficiales, invadían con fétidos olores el ambiente. Con los recuerdos alborotados, doña María sintió la bota de uno de los hombres que tomaron por asalto su casa. Poco a poco se fue acostumbrado a la fuerza que ésta ejercía sobre su rostro que salía del montón de tierra y cenizas mojadas, en un rincón de la choza que servía de cocina. Apenas podía respirar y no tuvo tiempo de llorar y mucho menos, pedir una explicación. —“Me van a matar estos desgraciados” —pensó mientras clamaba a Dios p

La Cruz del Sur

E l cielo estaba limpio esa madrugada; brillaba la Cruz del Sur con toda su intensidad, y aunque no había luna, se divisaba el horizonte cargado de cerros en la lejanía. Afuera, penetraba el frío hasta los huesos y el silencio era roto por el motor del vehículo y los esporádicos ronquidos de uno de los tres policías que custodiaban mi traslado. Íbamos al penal de “El Amate”, la prisión de alta seguridad inaugurada por Vicente Fox y Pablo Salazar Mendiguchía. —¿Cómo quiere que nos vayamos, señor Ksheratto? ¿Rápido o despacio? —quiso saber el que manejaba la unidad sin placas a la que fui subido en la Fiscalía. —Como quieran. Total, no llevo prisa — le respondí, como no queriendo demostrar miedo. Reí en silencio al imaginar el momento en que se ordenó —por tercera ocasión en distintas fechas— mi detención por el mismo delito, bajo la misma causa penal y con la misma orden de aprehensión. La Ley ordenaba, antes de mi primer arresto, no privar de su libertad a los periodistas por s

Argueta

L a tragedia de esta prisión es que la impotencia amedranta a la más fuerte de todas las voluntades. He visto a varios internos derrumbarse frente a su propia desventura. Entienden las razones por las que han sido traídos, pero no alcanzan a comprender por qué, la desgracia y la pobreza los sigue a todas partes. No es raro saber que a cada cierto tiempo, uno de ellos termina colgado de una cuerda o con las venas abiertas. Al menos ésa es la explicación oficial, pues se cree que un alto porcentaje de los suicidios dentro de las prisiones, son en realidad, ejecuciones. Los presos se lo toman con humor. “El Licenciado ‘Lazos’, es infalible para salir de aquí con todo y que esté uno condenado de por vida”, suelen decir cuando algún recluso se ha quitado la vida. O de plano, tienen que vivir una vida sin más elementos que la inercia de estar vivos. Argueta, un muchacho de 19 años —hecho prisionero por su propio padre, en “castigo” por su mal comportamiento—, a veces intenta sobrepone

Tarzán

V er el diablo en persona, es un privilegio que pocos locos como yo, pueden tener —me dijo una mañana Tarzán, un antiguo prisionero que a sus 40 años, tiene tantas arrugas en la cara como delitos cometidos. Sus manos entumecidas por el frío de febrero, apenas se distinguen entre callos y nudos que acompañan las gruesas y largas uñas, cargadas de millones de bacterias, suficientes para construir una bomba bacteriológica. El cuerpo enjuto y la mirada siempre alegre, hacen de ese hombre, un personaje especial en el módulo Conyugal, donde convivimos los doce reos aquí asignados. Para Tarzán, no existen los imposibles ni los inconvenientes y es a él a quien todos los prisioneros recurrimos para conseguir cualquier cosa que haga falta para sobrevivir entre los muros. Parado en el umbral de la celda 18 que me fue asignada, tirita con extraña violencia bajo la raída camisa beige del uniforme, tratando de calentar sus manos con el aliento de su boca, donde la ennegrecida dentadura contras