El Estéreo


Los diarios afines al régimen pablista, resaltaron, desde mi primera detención el 9 de enero del 2002, las “razones” de la detención: “Ksheratto, detenido por robo de auto”. Formal y oficialmente, la detención se debía al delito de difamación, perpetrado, según el Ministerio Público y los jueces por consigna, en contra de una funcionaria de quinto nivel del Comité de Construcción de Escuelas, donde la corrupción era más que notoria. Sin embargo y debido a que por ley constitucional no podía ser detenido, inventaron el delito de “robo de vehículo”, basado en el “testimonio” de la misma persona que me vendió un Volkswagen modelo 1982.
Según el gobierno de Pablo Abner Salazar, yo habría robado el automóvil “con lujo de violencia” a una dama, cuyo nombre no proporcionaron jamás. “Lo robó a punta de pistola AK47”, declaró el “testigo” de la Fiscalía. En el falso expediente penal, solo una dirección que, durante las investigaciones personales que hicimos junto con mi abogado, Gabriel Soberano Velasco, no existía.
El encargado de Asuntos Relevantes de la Fiscalía de Chiapas, José Feliciano Espinosa Nolasco, prepotente y con claros visos de inventar un cargo falso, aseguró que el “vocho” habría sido arrebatado bajo amenazas de muerte. Pedimos un careo con la supuesta víctima. Jamás aceptaron la propuesta, sabedores que no había tal. Espinosa Nolasco, durante la primer detención, fue especialmente brutal en su interrogatorio. Me habían citado a comparecer por el delito de difamación el 14 de enero; sin embargo, junto con el juez de consigna, Miguel Ángel Sánchez Villalba, habían determinado detenerme antes de la comparecencia, el 9 de enero, contraviniendo la ley misma. Más aún, la orden de detenerme estaba desde el 22 de diciembre del 2001.
—A mi me vale madres usted y su abogado de mierda, pinche periodista culero; a mi gobernador, no lo va a poner en evidencia. Y si roba mi gober, no es su pedo, pendejo —me gritó sentado frente a mí, en su escritorio.
Reí para mí y solo le vi casi con compasión. Su rostro, cargado de cicatrices, barros y cebo que traslucía un brillo que dejaba escapar un maloliente tufillo, se exaltaba con cada mentira que decía.
—¡Es usted un ladrón! —me gritó, dejándome perplejo, no por la acusación, sino por la pestilencia que salía de su boca, que me obligó a ponerme de pie para no vomitar frente a él. Mi estómago insistía en devolver el desayuno; aquel hombre en realidad, no parecía conocer los cepillos dentales ó de plano, tenía una infección bucal de los mil demonios… Ó era una prueba de lo podrida que estaba la ley en Chiapas. La verdad que todo en el encargado de Asuntos Relevantes de la Fiscalía, apestaba.
Un casi niño que fungía como “Ministerio Público”, al darse cuenta de mi intolerancia al pésimo olor de su jefe, tomó la palabra e inició el interrogatorio.
—¿Desde cuándo usa armas, señor? —preguntó con aire de lechuza sabionda.
Reí casi a carcajadas. No le respondí.
—¿Cuándo robó el coche que trae? —insistió.
—¿Coche? ¡Si es un vochito del siglo pasado! No inventes idioteces, si me dedicase a robar carros, no robaría un carro de hace 30 años—. ¿De dónde sacas tal estupidez?
—Tenemos el testimonio de la víctima; estás bien “trabado”.
—Trae a la supuesta víctima. La quiero encarar.
—Tiene miedo, porque le pusiste una pistola en la cabeza para robarle el carro.
—Tráela. Que me vea a la cara y me acuse formalmente, como debe ser.
—Mañana viene. Te va a cargar la puta madre.
—Adelante. Aparte de la supuesta víctima, ¿quiénes son sus testigos?
—A ver… Mmmmmm A ver… Mmmmmm. Aquí tenemos un testigo, pero está protegido.
—¿Quién es?
—Nos apegamos a la secrecía de la investigación…
—Tengo derecho a saberlo.
—Es nuestro testigo protegido…
—¿Protegido? No me hagas reír.
—Pero nos facilitó los datos para llegar hasta ti. Además, tú sabes quién es, no te hagas pendejo.
—Ya entiendo. ¿Lo dijo que él me vendió esa chatarra?
—No. Dijo que tú te lo robaste. Y la averiguación previa es por “asociación delictuosa” No alcanzas fianza.
—¿Quiénes, según tú y tu jefe, son mis cómplices?
—Tu esposa y tu suegra. Eso es asociación delictuosa.
—Pues, mi ex esposa y mi ex suegra, cuando compré ese carrito, solo firmaron como testigos. Pero te entiendo; en el caso contra los directivos del Cuarto Poder, hasta a los abogados defensores acu-san ustedes de “asociación delictuosa”. Es su estilo, su moda sexenal. ¿Quieres que agregue a otros miembros de mi “banda” de roba-coches?
El niñato se encogió de hombros y volteó hacia Espinosa Nolasco que se revolvía impaciente ante mi ya casi habitual cinismo, ahora, con la boca tapada con un pañuelo. Se había dado cuenta de mi intolerancia a su pestilencia. Gabriel Soberano, por fin, logró entrar para asistirme durante el interrogatorio, pero se topó con la amenaza de Espinosa Nolasco, quién le advirtió que también sería procesado. Gabriel, conocedor de su oficio, lo puso en su lugar y le obligó a callar.
Nunca pudieron probar el delito de “robo de vehículo”. Hasta el día de mi última liberación, por disposición del gobernador Juan Sabines Guerrero, Mariano Herrán Salvatti, sostenía su berrinche de mantenerme prisionero por un delito jamás cometido, pero sí, inventado para acallar las críticas por la corrupción que hoy, afortunadamente, empieza a encontrar justicia, primero, con la detención de Mariano Herrán Salvatti y recientemente, con la aprehensión de Pablo Abner Salazar.
El día de la toma de posesión de Sabines Guerrero, durante su discurso, anunció que enviaría una iniciativa de ley para derogar la ley mordaza que impuso el régimen pablista para detener las acusaciones de desfalco, corrupción y abusos. Era la razón por la que yo estaba preso. Pero no podía salir de la prisión, puesto que Herrán Salvatti, en complicidad con el exdictador, habían dispuesto no solo el delito de “robo de vehículo”, sino el de “pensión alimenticia”, demanda, supuestamente interpuesta por la madre de mis hijos. Al salir de El Amate, tenían planeado detenerme por esos delitos, nunca probados, desde luego. Seguía Mariano Herrán y Pablo, tratando de mandatar odios y fobias.
La demanda por “pensión alimenticia”, era de completa risa. La demandante, Luz de María Roque Rojas, exigía pensión alimenticia para cuatro supuestos hijos que, se supone, procree con ella. Ana María Sherato Roque, Anahí Sherato Roque, Angel José Sherato Roque y otro nombre que no recuerdo. Ni el nombre ni apellidos de la madre de mis hijos, ni los de mis dos hijos, coincidían. Los otros dos, ni la menor idea de dónde diablos los sacaron. ¡No existen!
En una de las audiencias por el falso delito de “robo de vehículo”, el Ministerio Público a cargo y un representante del juzgado, de plano se sinceraron:
—Mire señor, la verdad es que su carro está limpio, no tiene reporte de robo. Ya se verificaron el motor, la caja de velocidades y el chasís y está todo bien; el problema es que el estéreo de su carro sí tiene reporte de robo con violencia…
—¿El estéreo? —pregunté atónito.
—Sí, el estéreo.
—¡Pero si mi carro no tenía estéreo! ¿Ahora de dónde sacan un estéreo, por el amor de Dios?

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